Sr. Carbonell, born and raised in Barcelona, explores the often controversial and always delicate issue of Catalan independence.
La incompatibilidad que siente una porción de la población catalana de tener dos patrias, dos culturas, dos identidades es cada vez más evidente. Las tensiones entre el gobierno central de Madrid y ciertos sectores de la población catalana así como varias instituciones autonómicas están creando un punto muerto para el cual es casi imposible prever una solución. Y, como pasa con la mayoría de los problemas en España, la raíz se remonta a siglos de tensiones que no se han sabido remediar. Este no es un problema que vaya a desaparecer pronto y potencialmente tiene el poder de restructurar la Europa que todos conocemos.
Las fuertes convicciones y el apremiante deseo por una nación catalana independiente no es algo que debiera sorprender al gobierno central de Madrid. De hecho, la independencia de Cataluña se ha proclamado ya a lo largo de la historia, sin la menor consecuencia, en tres ocasiones diferentes, y estos deseos de escapar del ‘yugo español’ se remontan a al menos cuatro siglos. La identidad de un pueblo que tiene su propia lengua, sus propias tradiciones y su propia legislación ha sabido sobrevivir a decenas de gobiernos españoles que incluyen tanto regímenes autocráticos que han oprimido la libertad de expresión de los catalanes como administraciones democráticas que han fomentado la autonomía catalana pero que no han podido o, según el independentisme, querido escuchar las exigencias de Barcelona. No es nada nuevo. La incomprensión y la falta de diálogo siempre han prevalecido a lo largo de la historia de España. Y quizás sea esta falta de diálogo lo que impide a ambos lados comprender cuáles son sus errores y darse cuenta de que el futuro lo deberían poder construir los dos.
Desde la caída de la dictadura franquista en 1975, España es un país que aboga por la diversidad cultural pero que no siempre sabe cómo gestionarla, conduciendo a ciertos sectores de la población a aferrarse a un odio hacia todo lo español. El franquismo terminó sin depuración, es decir, España se vistió con un camisa nueva y democrática pero nunca se pidió perdón por las atrocidades cometidas durante casi cuarenta años de fascismo. Tampoco se repararon los daños causados a familias y comunidades enteras como fue el caso de Cataluña y el País Vasco entre otras. La consecuencia de esto llevó a un silencio cómplice que reforzó la impunidad de la España opresora.
Los independentistas catalanes, por otro lado, no comprenden que es posible convivir con dos culturas y que no es necesario deshacerse de una de ellas para preservar o incluso exaltar la otra. Es decir, no comprenden que la riqueza se basa en celebrar esas dos culturas. En otras palabras, no pueden perdonar y pasar página. Parece ser que la necesidad de evitar la desintegración del Estado Español es totalmente incompatible con los derechos de los catalanes de autogobernarse. Muchos viven ciegamente con la convicción que la independencia política de Madrid es la solución a todos los problemas, cuando sería mucho mejor que todas las comunidades españolas se unieran para realmente crear un país en el que todos pudieran expresar sus opiniones abiertamente y dialogar, y los culpables de las atrocidades cometidas durante cuarenta años de dictadura – y sobre todo sus descendientes – no tuvieran acceso alguno a la vida política de la España del siglo XXI.
La falta de justicia y diálogo, así como la incapacidad de empatizar con los demás siempre será la raíz de los conflictos humanos, sociales y políticos. La paradoja catalana sigue ahí, creando un abismo cada vez más profundo, cuyas heridas podrían tardar décadas en sanar, a no ser que se cree un verdadero diálogo y que los que izan la estelada comprendan que el aislamiento político no es la solución.
